7.11.11

La tecnocracia no es la solución

La tecnocracia no es la solución trGgl
presseurop


Milán
Vlahovic

Los Gobiernos de “expertos” propuestos en Italia y Grecia podrían ser aptos para tomar decisiones urgentes, pero intensificarían aún más la falta de confianza de los ciudadanos en una democracia todavía más indirecta. Para evitarlo, la política debe reivindicar su función. 

 
La propuesta, ya retirada, del saliente primer ministro griego Yorgos Papandreu para someter a referéndum popular las políticas de austeridad impuestas por el Banco Central Europeo dejaron de manifiesto definitivamente que el auténtico problema sobre el rescate del euro es mucho más político que económico y que, tarde o temprano, será necesario recabar el consenso de la ciudadanía europea.

En Europa, los referendos han demostrado, por desgracia, que los ciudadanos de los Estados individuales a menudo se muestran reacios a convertirse en ciudadanos europeos. Prueba de ello han sido los celebrados en Dinamarca en 1992, cuando se votó en contra del Tratado de Maastricht, o los de Francia y Países Bajos en 2005, en los que rechazaron el borrador de la Constitución Europea. También cabe destacar el rechazo inicial de Irlanda del Tratado de Lisboa en 2008.

La auténtica crisis política actual afecta a modelos de democracia indirecta. Conceden a los ciudadanos únicamente el derecho a votar, mientras que todas las decisiones se delegan en los políticos elegidos. En cualquier lugar, estas autoridades electas parecen ser incapaces de tomar decisiones en pos del bien común.

"El Estado es el más frío de todos los monstruos"

En lugar de ello, son los sujetos pasivos de la presión de los distintos grupos de lobby en un pesado entorno de corrupción y defienden diversos intereses creados, de forma que la mayoría y la minoría no pueden ejercer la mediación indispensable.Pero cuando los ciudadanos sienten que está en peligro su nivel de vida y las premisas de su libertad personal por los defectos políticos, surgen reacciones violentas que desestabilizan el funcionamiento de los mismos Estados.

Y así, el pensamiento de Nietzsche vuelve a estar vigente. En su obra maestra, "Así habló Zaratustra", escribió: “El Estado es el más frío de todos los monstruos. Miente fríamente y ésta es la mentira que se desliza de su boca: 'Yo, el Estado, soy el pueblo'".

Además, según Kelsen, sólo en las democracias directas se crea realmente el orden social por parte de los titulares de los derechos políticos, que ejercen su voluntad en asambleas populares que tienen lugar en el Ágora, como sucedía al comienzo de la democracia ateniense.

Este mismo principio sirvió de inspiración al movimiento de ocupación de Wall Street, así como al movimiento no violento de los "Indignados" en todo el mundo y centrado en estos momentos en Grecia. En el contexto actual, se trata de la auténtica venganza del Ágora.

Resulta aún más grave el hecho de que el BCE (o el Fondo Monetario Internacional) ahora dicten las normas y las reglas de las políticas de austeridad, sin que se les haya otorgado la soberanía para hacerlo. Este control anómalo (¿y tecnócrata?) sobre las economías de los Estados miembros podría producir tres posibles consecuencias.

La vendetta del Ágora

La primera, y con diferencia la más problemática, es que una serie de Estados se verían obligados a dejar la eurozona, creando así el tipo de caos financiero global que, tal y como señaló el presidente Barack Obama durante las reuniones del G20, temen incluso en Estados Unidos, un país con graves problemas por motivos casi idénticos.

La segunda consiste, inconcebiblemente, en un euro dividido en dos, con la mitad más fuerte correspondiente a los Estados cuyas economías están más ordenadas, como Alemania y los países europeos del norte, y la mitad más débil relacionada con los países del sur de Europa, en riesgo de quiebra.

La tercera hipótesis resolvería todos los problemas actuales. Impone que se trabaje para finalizar el diseño político original de Europa, como una entidad “libre y unida”, citando el Manifiesto de Atenas. Precisamente esta era la intención de los padres fundadores de Europa.

Si se logra este objetivo, el gobierno financiero-tecnócrata y ciego, que hasta ahora únicamente ha producido desigualdades entre los ciudadanos de los Estados miembros individuales, cedería el terreno de juego a la política, que emplea la democracia deliberada para crear una ciudadanía realmente europea a la que pertenecen todas las personas, basada en los valores de la paridad y la igualdad y de los que he hablado en repetidas ocasiones.

Esta es la única solución que evita “la vendetta del Ágora”, la única que acaba con las disparidades entre los ciudadanos de los Estados miembros y que consolida, en el contexto de una Europa federal, una presencia fidedigna y no dispersa. 
 
Una Europa así, junto a Estados Unidos, China y las naciones emergentes, podría sentarse a negociar y exponer nuevas fórmulas para evitar los desastres y las ansiedades que ha creado el proceso de la globalización, y luchar contra ellos.

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